Viaje al centro de la Tierra (Alfaguara Clásicos) by Jules Verne
autor:Jules Verne
La lengua: spa
Format: epub
editor: 2016
publicado: 2016-04-24T16:00:00+00:00
CapÃtulo 24
Al dÃa siguiente, habÃamos olvidado ya nuestros padecimientos pasados. Me causaba maravilla mi falta de sed y me pregunté qué razón habÃa para no tenerla. Se encargó de contestarme el arroyo que corrÃa a mis pies murmurando.
Almorzamos. Bebimos de la excelente agua ferruginosa. Yo me sentÃa rejuvenecido y dispuesto a ir muy lejos. ¿Por qué no habÃa de salirse con la suya un hombre convencido como mi tÃo, con un guÃa industrioso como Hans, y un sobrino decidido como yo? ¡He aquà las halagüeñas ideas que brotaban de mi cerebro! Si me hubiesen propuesto volver a la cima del Sneffels, habrÃa rechazado la proposición con verdadera ira.
Pero, felizmente, no se trataba más que de descender.
â¡Partamos! âexclamé, despertando con mis acentos entusiastas los antiguos ecos del Globo.
Volvimos a emprender la marcha el jueves a las ocho de la mañana. El pasadizo de granito, que se desenvolvÃa en tortuosÃsimos giros, presentaba recodos inesperados y remedaba la confusión de un laberinto, pero en definitiva su dirección principal era siempre el sudeste. Mi tÃo consultaba incesantemente y con el mayor cuidado su brújula, para advertir el camino recorrido.
La galerÃa se hundÃa casi horizontalmente, pues su pendiente no excedÃa las dos pulgadas por toesa. El arroyo corrÃa bajo nuestros pies sin precipitación y murmurando. Yo lo comparaba con algún genio familiar que nos guiara por debajo de la tierra, y acariciaba con la mano la tibia náyade cuyos cantos acompañaban nuestros pasos. Mi buen humor tornaba espontáneamente un giro mitológico.
En cuanto a mi tÃo, echaba sapos y culebras contra la horizontalidad del camino, siendo, como era, el hombre de verticales. Su camino se prolongaba indefinidamente y, en lugar de deslizarse, según su expresión, a lo largo del radio terrestre, iba por la hipotenusa. Pero nosotros carecÃamos de la facultad de escoger, y con tal de que ganásemos terreno hacia el centro, por poco que fuese, no tenÃamos razón para quejarnos.
Además, las pendientes se hacÃan de vez en cuando más rápidas; la náyade se precipitaba entonces mugiendo, y nosotros bajábamos con ella más profundamente.
En resumen, durante aquel dÃa y el siguiente, hicimos mucho camino horizontal y relativamente poco camino vertical.
El viernes por la noche, 10 de julio, debÃamos, según nuestros cálculos, hallarnos a treinta leguas al sudeste de Reikiavik y a una profundidad de dos leguas y media.
Abriose entonces bajo nuestros pies un espantoso pozo. Mi tÃo no pudo abstenerse de palmotear y hacer mil aspavientos y extremos de alegrÃa calculando la rapidez de sus pendientes.
âHe aquà un pozo âexclamóâ que nos llevará lejos, y por el cual descenderemos fácilmente, porque las escabrosidades de la roca forman una verdadera escalera.
Hans dispuso las cuerdas para prevenir todo accidente. Empezó el descenso, que no me atrevo a llamar peligroso, porque me habÃa familiarizado con este género de ejercicios.
Era el pozo de una grieta angosta abierta en la piedra, del género de las llamadas fallas. La contracción de la armazón terrestre, en la época de su enfriamiento, era evidente que la habÃa producido. Si sirvió en otro tiempo
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